El Interminable Palabrerío
R.F.G.: Si no se le da nombre a una emoción, como “miedo”o “tristeza”, esta emoción desaparece.
La palabra vitaliza el miedo, la rabia y la tristeza.
Para saber qué hay más allá de las palabras, éstas deben cesar. Deben cesar aun dejando de pensar en palabras.
La mente es más que memoria, pensamiento y palabras. La educación y la cultura, privadas de Percepción Unitaria, impiden que descubramos la totalidad de la mente.
Cuando queremos modificar, controlar y extinguir el miedo (por ejemplo), o bien descubrir sus “causas inconscientes, genéticas y sociales”, lo que hacemos es continuar en la memoria, el pensamiento y las palabras que han dado nacimiento al miedo.
Pensando alimentamos el temor, la rabia y la tristeza. Una vez que hemos decidido suspender el lenguaje no funcional, suspender el idioma que deja de ser útil para decir o hacer algo, hay que ver por uno mismo qué palabras surgen a nuestra conciencia en el curso de nuestras relaciones con las personas y las palabras de esas personas.
La ropa y la casa nos cubren del frío y del calor sin necesidad de palabras. Sólo cuando nos decimos que nos veremos más elegantes, aceptables y encantadores con la ropa que llevamos, es cuando las palabras comienzan y traen con ellas el conflicto (miedo, rabia, tristeza, deseo de control y dominio, el deseo de prestigio y de placer).
Hablar del silencio no es el silencio que necesitamos para descubrir la totalidad de la mente y su gran inteligencia. Es necesario dejar de pensar y hablar mientras percibimos todo lo perceptible al mismo tiempo desde ya mismo.
Con palabras se nos ha condicionado hipnóticamente para que seamos exclusivistas, nacionalistas, racistas, buscadores de riqueza y provecho. Con palabras se nos ha hipnotizado para que amemos las historietas del pensamiento y para que las sobrevaloremos. Entonces aprendemos a necesitar palabras y largos cuentos sobre distintos aspectos de la vida.
Esos largos cuentos son las filosofías, las ideologías, las creencias, la metafísica, el teatro, el cine y otras historias, incluyendo la historia en sí. Le hemos dado gran valor al pensamiento y a las palabras, otro invento de nuestra memoria. El valor que les damos sobrepasa su función.
Para estar en paz no se necesita un cuento sobre la paz ni una filosofía de la paz. Sólo es necesario suspender el lenguaje mientras se percibe (unitariamente) todo lo perceptible ya mismo.
Mientras continuemos pensando y hablando con las palabras que sostienen nuestro exclusivismo personal, racista, nacionalista, etc., continuará la división y la guerra entre los seres humanos. Habrá más violencia.
Con palabras inventamos enemigos, intrusos y traidores. Esas invenciones son parte del exclusivismo, que surgió del pensamiento inútil.
Un pensamiento útil es el que nos dice que “sólo habrá paz entre seres humanos unidos y amigables”. A partir de allí comienzan las palabras inútiles del exclusivismo, el personalismo, el racismo, la ideología, la creencia, etc.
Los diálogos controversiales no resuelven ningún problema, ya que se tratan sólo de intercambiar palabras sobrevaloradas y no de cambiar acciones o actitudes.
INTERLOCUTOR: Si estamos condicionados o hipnotizados para vivir en un área reducida de nuestra mente... ¿Cómo cesa ese condicionamiento?
R.F.G.: No cesa. Veremos revivir el condicionamiento hipnótico en cada experiencia, cuando nuestra memoria se enfrente a nuevos desafíos cada día.
En el choque entre el pasado y el presente se destila el miedo, la rabia y la tristeza, las cuales, una vez reconocidas, cesan cuando se suspende el lenguaje.
Por ejemplo: No hay problema en recordar a alguien sin palabras. El problema y el conflicto comienzan cuando recuerdo a esa persona y le agrego las palabras: “cómo se atrevió a tratarme de esa manera y decirme lo que me dijo, después de tantos años de amistad que parecen no valer nada”, etc., etc. El agregado de las palabras puede ser interminable.
Basta observar cómo funciona nuestro propio cerebro sin palabras que interfieran en ese funcionamiento, ya sea justificando, condenando o comparando, eso que se va observando.
Ustedes pueden 1) verme y escucharme o 2) escuchar las palabras que produce vuestro cerebro cuando yo hablo. En el primer caso observan sin palabras; en el segundo caso observan con palabras.
Esto es muy simple. Creo que por ser tan simple, pocos lo toman muy en serio.
INTERLOCUTOR: El observador es lo observado cuando el observador no está produciendo palabras, pensamientos e imágenes.
R.F.G.: Así es. Cuando ustedes piensan en un yo superior y permanente, ya han reducido lo permanente a la fugacidad intrínseca en el pensamiento.
Cuando suspendemos el lenguaje y dejamos de pensar en las palabras o de verbalizar pensamientos, hemos liberado a la mente de su aspecto conocido y nos abrimos al aspecto desconocido y silencioso de la mente, que es inmensamente más rico y más profundo.
Si pensamos en Dios, estamos reduciendo lo eterno a lo fugaz.
Podemos conversar sobre la Percepción Unitaria, que es suspender el lenguaje y percibir todo lo perceptible al mismo tiempo. Pero conversar sobre lo que existe más allá de ese silencio vivo y profundo, bello y creativo, es volver a crear más palabras inútiles.
En el profundo silencio de la Percepción Unitaria uno está solo, pero no se siente aislado o alienado. En Percepción Unitaria uno está en comunión con el cosmos y con la humanidad.
En ese silencio de comunión no están las palabras que sobrevaloran a Rubén, ni al nombre de cada uno de ustedes.
Hay que mirar con el ojo y escuchar con el oído sin las palabras que deforman o interrumpen el mirar y el escuchar.
De esa manera es también posible contemplar la totalidad del funcionamiento de la mente, de hecho en hecho, a cada instante del día y sin palabras. En paz.
Dr. Rubén Feldman González.
Tomado del libro: Más allá del Silencio.